viernes, 4 de julio de 2014

Escuela y simulación

En relación con el artículo «Por qué odio la escuela» de Rafael Narbona: en mi caso no guardo odio en contra de los sistemas escolarizados, pero sí desprecio debido a sus no pocas contribuciones a la simulación de profesionalismo que encuentro con demasiada frecuencia en las trincheras laborales de la pequeña parte de la realidad que habito.

Algunas contribuciones son: confundir enseñanza e instrucción con aprendizaje y conocimiento, confundir educación con promoción al siguiente curso escolar, tergiversar certificación y tomarla como destreza, interpretar fluidez verbal repetitiva como si fuese capacidad para decir algo nuevo.

Los hechos materiales patentes en una jornada cotidiana con emails, presentaciones y alegatos, donde aun el uso –o abuso– de la gramática y de la ortografía es deplorable, ya no digamos de la lógica formal e incluso la lógica material, dan la razón a pensadores como Iván Illich con respecto a la pobreza de los sistemas escolarizados.

El gran fracaso de esos sistemas, reitero, es su insuficiencia para ser ejemplo y marcar una pauta constante de autocrítica.