viernes, 6 de marzo de 2015

Aprendizaje y cambio

He revisado una minúscula parte de la historia de las ideas pedagógicas; es decir, en la historia de la filosofía de la enseñanza, y me ocurre una mezcla entre zozobra y entusiasmo. Me aflige comprobar el profundo y extenso grado de mi analfabetismo en relación a una perspectiva amplia del concepto de educación; como si de pronto me encontrara en un valle, plácido y complaciente, mientras que el camino de la autoeducación atraviesa escarpadas laderas hacia una cumbre en apariencia inalcanzable. Además, me sobreviene un frenesí por la posibilidad de que, aunque el recorrido aparenta ser eterno, habría vivencias de aprendizaje a cada pequeño paso si estoy dispuesto a la autocrítica.

Una de las ideas pedagógicas que llama mi atención es la identidad entre aprendizaje y cambio; es decir, un significado ancestral, y supra-cultural, del aprendizaje está en el cambio o la mejora de la propia mentalidad, opiniones y conducta.

Me parece notable que las computadoras programadas competentemente para ejecutar un algoritmo con ciclos de retroalimentación puedan, de hecho, llegar a cambiar su propia programación; es decir, lograr el aprendizaje. Sin embargo, para muchos de nosotros la sola idea de cambiar nuestra propia programación mental aparenta ser algo mucho muy difícil e insoportable.

Quienes estudian el problema del conocimiento humano* dicen que tal no es posible sin ciclos de retroalimentación, de ahí la imperiosa necesidad de la autocrítica. Por ejemplo: al examinar la necedad propia. Ensayé al respecto y me ocurrió —porque los textos “nos ocurren”, como dijo Jorge Luis Borges, no “se nos ocurren”— el siguiente texto: La necedad.

*Decir «el problema del conocimiento» refiere a la dificultad en la acción de «conocer».