sábado, 25 de abril de 2015

¿Para qué le ha servido?

¿Para qué le ha servido su indagación filosófica?

No pregunto para qué sirve la filosofía en general, sino para qué, amable lector, le ha servido a usted.

Mencionaré algo de mi caso, como principiante aficionado a la filosofía que, al parecer, seguiré siendo. Tener una actitud de búsqueda, de no aceptar como cerradas las preguntas de mi interés, de insistir en la retrospección y en el cuestionamiento de mis opiniones, me ha servido de una manera que ahora valoro en particular: me ha servido para tomar conciencia de un padecimiento antes insospechado. Padezco de varias formas de analfabetismo en áreas importantes de una vida adulta hoy, año 2015 de la Era Común. Pero lo notable del caso no es la trillada expresión de que todos tenemos algo nuevo por aprender cada día sino la profundidad y amplitud de la inconciencia sobre la grotesca dimensión de la ignorancia propia. Pero no la ignorancia relacionada con saber poco sino la inopia de lo falso que he supuesto como cierto; es decir, la pretensión de saber algo cuando en realidad se desconoce.

La indagación filosófica me ha servido, en este aspecto que menciono, para dudar mejor, para tomar más conciencia de que puedo estar muy equivocado y para empezar a estimar la dimensión de mi error.

Se podría decir que ese filosofar me ha servido, en este caso que menciono, no a saber más sino a evaluar lo que pretendo saber. Ese filosofar me ha servido tanto como me ha servido el cultivo del pensamiento crítico en varias áreas de la vida adulta, como lo son la historia, la religión, las ciencias, o la profesión elegida. Por ejemplo, creí saber leer y escribir más allá de lo elemental, pero no resultó cierto; pretendí saber que había un solo método científico, mas eso resultó falso; creí saber sobre cristianismo, pero no es así; pretendí saber cómo crear sistemas de software con calidad respetable, pero mi idea de calidad escasamente logró lo aceptable.

Ese filosofar ha servido para conocer un poco más quién en realidad es uno. Quien, a pesar de contar con escolarización universitaria —o quizá precisamente por ello—, apenas está tomando conciencia del tamaño de sus insuficiencias y del enorme esfuerzo de autocultivo que se le presenta por delante.

Su turno, amable lector.