sábado, 28 de mayo de 2016

Fanatismo: ¿es algo natural o tan sólo es común?

¿Cómo explicar el fanatismo?

¿Cuál manera de pensar es aquella que tiene como objetivo el logro de una creencia provisional lo más razonada posible y que sirva como base para una acción lo más razonada posible? ¿Será común esa manera de pensar? ¿O lo común es inclinarse a confirmar y defender nuestras creencias, aun hasta el fanatismo? ¿Es lo común rechazar toda evidencia que contradiga nuestras creencias y atacar a aquellos que ofrecen tal evidencia?

¿Por qué es tan poco común cuestionar las creencias y valores propios? ¿Será que cuestionarse es algo anti-natural? ¿Por ser algo tan infrecuente se puede decir que es anti-natural? ¿Cuestionarse va en contra de la naturaleza humana? ¿De dónde viene que lo natural sea quedarse con la suposición de que nuestras creencias son correctas y verdaderas?

Lo que sí tengo en claro es que cuestionarse implica no poco esfuerzo. Por otro lado, también tengo en claro que la ignorancia y la inconciencia se logran con mucha facilidad: simplemente debo seguir la corriente, sin pensar nada ni hacer nada por cuenta propia para desarrollar mi persona. ¿Para qué pensar o hacer algo por mi cuenta si ya alguien más lo pensó por mí y no me faltan “líderes” que con gusto me dictan lo que debo decir y hacer?

Quizá una razón más simple, como la pereza mental, explicaría mejor la situación y no algo tan complicado como la “naturaleza humana”. La pereza mental es un impedimento mayúsculo para cuestionarse y para admitir nuestra falta de certezas.

Cuestionarse ayuda a escapar de la tentación del fanatismo.

¿Cuáles serían algunos rasgos de alguien que sí se cuestiona?

Un rasgo sería que es un explorador, abierto a la diversidad e interesado en ella. Explora en múltiples direcciones, no sólo en una. Por ejemplo, explora hacia atrás: investiga la historia y practica la retrodidácticaretrodidáctica es el arte de auto-reeducarse; es decir, es el cultivo de la conciencia de que muchos aspectos básicos realmente no los dominamos tan bien como nos empeñamos en querer creer.

Otro rasgo es permanecer alerta de las fantasías del gatopardismo (el vicio de ostentar cambios aparentes que distraen la atención de que lo substancial en el fondo permanece sin cambios). Es decir, ese duro trabajo que implica lograr un buen cuestionamiento requiere distinguir entre un cambio aparente y un cambio de fondo. El gatopardismo significa presumir cambios, pero sin decir claramente que esos cambios tan sólo son cambios de apariencia y lo substancial en el fondo permanece sin tocarse. El gatopardismo es una tomadura de pelo que pretende presentar como cambio algo que no es ningún cambio de fondo sino sólo de apariencia. «¡Hemos cambiado!, (pero seguimos igual).»

¿Cómo uno puede saber cuán cerca o lejos está del fanatismo?

Los siguientes rasgos combinados suelen resultar en fanatismo: (1) Suponer, de manera acrítica, que las creencias personales intersubjetivas son siempre correctas y siempre verdaderas. (2) Empeñarse en defender a capa y espada dichas creencias. (3) Nunca cuestionar las creencias propias, siempre bloquear y rechazar toda información que las rebata, e intencionalmente aislarse de tal información.

Tal condición es grave y un tanto peligrosa: rechazar o aislarse de todo aquello que contradiga las creencias propias. Cerrarse por completo a la posibilidad de estar equivocado es una receta para permanecer en la oscuridad del error. Mirar siempre a otro lado cuando sobresale nuestra insuficiencia es escoger el autoengaño.

En algunos libros he leído sobre la disonancia cognitiva. Se refiere a un tipo de dolor o malestar psicológico al considerar dos ideas contradictorias sobre algo personal; por ejemplo, creer que “soy una persona honesta” y al mismo tiempo “mi creencia X es en realidad una mentira”. Ese malestar psicológico viene del peligro de parecerse tanto a una persona demente con grotescas ideas contradictorias y que está absurdamente alejada del firme terreno de la realidad. Para aliviar tal dolor psicológico es necesario eliminar la contradicción. Hay muchas maneras para eliminar la contradicción; algunas son conscientes y otras inconscientes. Por ejemplo, un uso consciente del propio raciocinio podría servir si para entonces el hábito de conocernos a nosotros mismos ya nos permite saber usar nuestro raciocinio. Si tal hábito está ausente, entonces estamos a merced de las maneras inconscientes para aliviar tal dolor psicológico; por ejemplo, la negación automática e inconsciente de una de las dos ideas contradictorias. La idea negada dependerá del sistema de valores de la persona. Por ejemplo, para salvarse del absurdo, la persona automática e inconscientemente niega que su creencia X sea una mentira; es decir, se convence así misma de que X es verdadero y es correcto. Dolor aliviado, asunto resuelto y sin necesidad alguna de mayor atención al respecto.

Al parecer todos tenemos mecanismos automáticos e inconscientes de negación. De ahí la importancia del hábito de cuestionar lo que creo pues nada me garantiza que no estoy muy equivocado aquí y ahora mismo.

De hecho, la frecuente evidencia de mi enorme propensión al error implica que es muy probable que, en alguna medida, muchas de mis creencias a la fecha estén equivocadas. La equivocación y el error están ahí, de eso no hay duda, sólo que aún no tengo conciencia de qué, cómo, cuándo, dónde, y los porqués de mis insuficiencias.

martes, 24 de mayo de 2016

La escuela y el resto de la vida

La habilidad para entender el mundo en que ahora vivimos depende de identificar regularidades o complejas relaciones entre diversos hechos en la sociedad. La relación entre la escuela y el resto de la vida es parte de esas regularidades: “No hay relación entre el éxito en la escuela y en la vida”.

¿No será que el gremio magisterial, como un tipo de secta social, tiene secuestrada a la educación dentro de una cárcel llamada escolarización? Tan enfocados están en conservar su esquema laboral y en “enseñar” a los demás que con frecuencia se olvidan del aprendizaje. La enseñanza es tan sólo un medio hacia lo que realmente importa: el aprendizaje entendido como cambio o mejora de la mentalidad propia.

Decía hace tiempo, en la nota Educarse, que los sistemas educativos institucionalizados se han convertido en un grave obstáculo para la educación de niños y adultos, al igual que las religiones institucionalizadas para el caso de la piedad. Los sistemas educativos institucionalizados, también, han sido una especie de intermediario entre la persona y el tema de estudio. La persona interesada en el tema de estudio ya no puede confiar su educación a los sistemas escolásticos institucionalizados, en su burocracia disfuncional actual. Las personas interesadas deben organizarse para abordar directamente el tema de estudio, sin intermediarios.

La idea de escuela parece estar en exceso ligada al dinero como el más importante medio para lograr una vida digna hoy en día. Un resultado de tal exceso se puede constatar en las miserias de la escolarización que menciono en la nota ¿Sociología de la educación?

Entonces, ¿la escolarización tiene relación directa con la cantidad de dinero que se puede recibir? Veo que así es en muchos lugares y ahí está una de las razones por las que siento un profundo desprecio y repudio al mercantilismo en que se han convertido los sistemas de escolarización. Por otro lado, educación es algo distinto a escolarización y no se mide por la cantidad de genuflexiones ante el Altísimo Señor Dios Todopoderoso Dinero. Educación tiene que ver más con el desarrollo como persona, con el desarrollo de la autoconciencia y con el desarrollo de nuestras facultades más básicas, como nuestra facultad para pensar, para crear, para solidarizarse con otros. Claro, el dividendo que se obtiene de la acción virtuosa es haberla pensado y hecho; nada más. Pero ese mercantilismo ciego y torpe ensalza sólo los dividendos financieros y desdeña todo aquello que no haga ostentación del brillo y del oropel del Dios Dinero.

Por otro lado, claro, no todos incurren en ese mercantilismo escolar ciego y torpe. Lo que importa para algunos es el talento; y los grados escolares significan muy poco o nada. Por ejemplo, la empresa Google no le da mucho peso a los grados escolares: referencia 1, referencia 2 y referencia 3.

sábado, 21 de mayo de 2016

Educación y Estado

¿Debe quedar la educación en manos del poder político aun a riesgo de que sea usada para el dominio de la sociedad?

La pregunta presupone que la educación estaría en manos del poder político, pero lo que está en esas manos no es educación, sino escolarización. Cualquier escolarización –Estatal o no– puede ser usada para el dominio del individuo –que es la unidad básica de una sociedad.

Vamos, que la educación es algo mucho más amplio que sólo escolarización. Como dijo Hans-Georg Gadamer, educación es educarse; es decir, la educación está principalmente en las manos del individuo. Educación es auto-reeducación.

En el arte de cultivar humanos hay variedad de estrategias y sus resultados son igualmente variados. Encausar, i.e., educar, a los jóvenes en un rumbo determinado de pensamiento y práctica parece inevitable pues sería un abuso exigir a un infante mental que piense por sí mismo sin antes darle algún tipo de orientación. El Estado podría encargarse de dar esa orientación inicial al individuo, o podrían ser otros actores en su entorno. Pero esa orientación o adoctrinamiento inicial no es la educación más relevante para el individuo, sino la que está en las manos propias del individuo. En otras palabras, ese encausamiento inicial no es la educación que realmente cuenta para una vida adulta reflexionada, y no importa mucho si ese adoctrinamiento inicial estuvo a cargo del Estado o de otros actores en la sociedad; por otro lado, la educación que sí resulta relevante es la educación que el propio individuo se da a sí mismo.

Hace tiempo escribí una nota con más al respecto: La granja de la cultura.

domingo, 8 de mayo de 2016

¿Cambiar la realidad?

¿Qué buscas joven conciudadano? ¿Buscas un cambio real o sólo uno aparente? Un cambio social empieza con un cambio de opinión a nivel individual. Sin embargo, el punto no es cambiar de opinión por el cambio mismo, sino el hábito de repensar una opinión y reevaluarla a la luz de nuevos hechos.

¿Qué se siente tener una opinión equivocada? Durante el tiempo en que creemos que tal opinión es acertada pues sentimos, claro, que estamos en lo correcto. Por otro lado, sólo al tomar conciencia de nuestra equivocación es que sabemos que todo ese tiempo en realidad estuvimos equivocados. Por tanto, bien puede ser que la opinión de la que hoy estamos tan seguros, en realidad, está equivocada y sólo hemos perdido tiempo al demorar el cambio pertinente de opinión.

No encuentro ninguna fórmula mágica para lograr cambios reales ni tengo una solución definitiva pues, al igual que muchos, apenas estoy tomando conciencia de mi estado de profundo analfabetismo científico-filosófico. He completado no pocos grados en el sistema escolar establecido tradicional, pero quizá eso haya contribuido en gran medida a dicho estado. Me refiero en específico al estado en que una persona no sabe cómo reevaluar y cómo repensar sus propias opiniones, sino que tan sólo copia y repite acríticamente opiniones de otros.

Tan sólo puedo sugerir que lo tomes con mucha calma antes de saltar a conclusiones de manera apresurada. Si antes decides tomarte todo el tiempo que necesites para pensar bien las cosas, quizá puedas encontrar algún punto medio del cual partir para luego reexaminarlo con el mismo detalle y esmero de una persona auto-cultivada. Si decides no ser un borrego o esbirro de una u otra secta social, sino que decides ser un ciudadano cosmopolita, entonces podrías dedicar tus facultades básicas –como tu facultad de pensar con mayor claridad y precisión– a diseñar una estrategia de acción propia, y no sólo rendir tu libertad de conciencia a los pies de algún charlatán de pacotilla que se auto-denomine “líder” —quienquiera que sea.

Por favor toma en cuenta que aprender a pensar con mayor claridad y precisión es también una acción, que requiere mucho trabajo y dedicación, y que quizá sea la acción más importante para la cual una persona deba buscar destreza.

Termino con una reflexión: si sólo alcanzamos modelos de la realidad, y nunca a la realidad misma, entonces una opinión podrá ser correcta sólo dentro de los límites de su propio modelo contextual. ¿Habrá una opinión absoluta y sin referencia a contexto alguno? Si la respuesta es no, entonces mejorar o cambiar una opinión dependería de interpretar la realidad con un modelo contextual diferente. En otras palabras, si el cambio de opinión intenta ocurrir dentro del mismo modelo, entonces ese cambio tan sólo es una forma de gatopardismo —«¡Cambiamos!, para quedar igual».

«Nunca cambias una situación al oponerte a la realidad existente. Para cambiar algo, construye un modelo nuevo que haga obsoleto al modelo existente.» —R. Buckminster Fuller