domingo, 22 de enero de 2017

¿Cómo cambiar de mentalidad?

¿Qué implica un cambio de mentalidad? Es decir, ¿cómo alguien podría cambiar su manera de vivir? ¿Cómo podría dejar atrás lo que ha conocido y vivido quizá durante muchos años?

Si alguien intentase cambiar de mentalidad, ¿quién podría guiarlo en esta nueva manera de ver su propia vida? ¿Acaso necesitará otros tutores mentales, así como los tuvo durante la infancia?

Antes de llegar a esas preguntas imagino que sería necesario lograr conciencia de que existe algún problema con la mentalidad vigente sobre un asunto determinado. Si no hay conciencia de ningún problema, entonces hay muy poco caso en siquiera empezar a preguntarse sobre un posible cambio de mentalidad.

El asunto podría ser cualquiera con tal que sea un asunto de mucha importancia personal. Podría ser, por ejemplo, sobre la vida profesional —la manera de ‘ganarse la vida’ en el contexto laboral—, o podría ser sobre algún aspecto no-trivial de la vida personal —quizá la idea de moralidad o la cosmovisión religiosa personal o el autoconcepto sociopolítico—. Por ahora no estoy interesado tanto en el asunto per se, sino en las implicaciones de cambiar de mentalidad sobre dicho asunto, o por lo menos mejorar significativamente dicha mentalidad —cualquiera que ésta sea.

Me encuentro muy propenso al error. Mi memoria está repleta de casos en que he estado muy errado y no lo supe hasta después —a veces mucho después. Entonces, lo más probable es que también hoy esté muy errado en mi mentalidad sobre algún asunto de importancia personal, pero que aún no vea con claridad la dimensión de tal error.

De antemano sé que no sería posible estar libre de todo error en asuntos tan complejos como los asuntos de importancia personal. No busco librarme de todo error, sino lograr una mayor conciencia de mis conceptos equivocados, de mis juicios falsos, de mis acciones desacertadas. Así, con un poco más de conciencia, quizá podría hacer algo al respecto. De otro modo, no deja de ser molesta la contradicción de vivir en la inopia, en la más absoluta ignorancia, sobre algo que a la vez considero de importancia personal.

No me refiero aquí al lugar común: “cada día se puede aprender algo nuevo o mejorar en algo”. Está claro que esa es una noción popular y que, por mucho, significa que mi mentalidad vigente está bien en general y sólo requiere pequeños ajustes ocasionales por aquí o por allá. En otras palabras, significa seguir haciendo más de lo mismo.

Por otro lado, la conciencia que busco intenta identificar algún problema muy grave en la base de la mentalidad vigente. Un problema que revele con claridad lo equivocado de esa mentalidad en su conjunto. Algo que signifique dejar de hacer más de lo mismo.

Algunas tradiciones judeocristianas refieren una frase en Romanos 12:2 para sugerir la necesidad de cambiar la mentalidad propia. Entiendo que la idea de cambiar de mentalidad se pueda leer ahí, en algunas exégesis en castellano contemporáneo, y que se pudiese abusar de ese texto antiguo para hacerle decir algo a favor de un proselitismo evangélico judeocristiano actual, pero —por fortuna— ninguna forma de judeocristianismo posee el monopolio del cambio de mentalidad. Tanto es así que los hechos materiales de algunos que siguen esos sistemas doctrinarios demuestran que sólo usan esa cita bíblica para su proselitismo, para adoctrinar a los neófitos, pero luego la olvidan por completo y no la aplican para el resto de sus creencias religiosas. El conjunto de temas de fondo que me interesa aquí es otro.

Un conjunto de temas que me ha intrigado por ya algún tiempo es el difícil arte y la ciencia del auto-cultivo y de la auto-crítica. La parte medular de mis preguntas es ese sufijo ‘auto–‘ (por uno mismo). La relación con los demás es inevitable pues en La granja de la cultura somos lo que los demás han hecho de nosotros, pero algo podrá hacer el individuo de sí mismo. No me interesa lo que no está en mis manos pues nada puedo hacer al respecto; por el contrario, sí me interesa aquello que está en mis manos pues ahí sí podría hacer algo. Por ejemplo, el individuo no está obligado a mantener una determinada mentalidad impuesta por los demás. Por la moralidad local sí está obligado, por ejemplo, a guardar ciertas formas de conducta pública, pero por fortuna puede cultivar su propio ejercicio ético y elegir una manera distinta de lograr sus juicios y opiniones como parte de una nueva mentalidad.

En mi indagación al respecto de ese conjunto de temas encuentro que la lectoescritura en general juega un papel enorme para un cambio de mentalidad. En particular, encuentro que entre los requisitos está la disposición y el esfuerzo para realmente exponerse al tipo de lecturas y al tipo de reflexión que ayuden al individuo a cambiar su mentalidad. El inicio quizá es tener clara la distinción entre, por un lado, la lectoescritura para información y, por otro lado, la lectoescritura para entendimiento. Tal distinción implica tener una mínima conciencia tanto de los supuestos con los que empezamos la lectoescritura como de nuestras intenciones hacia dichos supuestos. Si inicio una lectoescritura sin intención alguna de evaluar ninguno de mis supuestos, entonces se trata de lectoescritura para información; útil para acumular más información sobre un tema que ya creemos entender por completo. Por el contrario, si inicio con la intención de evaluar mis supuestos, entonces es lectoescritura para entendimiento; este otro tipo de lectoescritura sirve no para acumular más de lo mismo, sino para cambiar o mejorar mi entendimiento de un tema, y por tanto, mi mentalidad al respecto.

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